Apuntes para unas estampas madrileñas (V)
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Las salchichas de la Puerta del Sol
Recuerdo con sumo agrado dos de las zapaterías económicas del Madrid de mis primeros años: Segarra, de la plaza del Callao, y Los Guerrilleros, de la Puerta del Sol. La memoria que guardo de aquélla está asociada a los Calzados Gorila, unos zapatos que se anunciaban lo suficientemente fuertes como para las patadas de los colegiales. Tenían en la planta un sello verde que mostraba al simio aludido en la marca.
De Los Guerrilleros evocó el puesto de perritos calientes que había entre los escaparates que daban entrada al establecimiento. Aquel tenderete -entonces fabuloso, ahora mítico- es mi recuerdo más preciado de la Puerta del Sol y en estos días aciagos me viene con frecuencia a la cabeza.
Nacido en el Madrid de los exquisitos bocadillos de calamares de las cervecerías -de Atocha, Fuencarral, Eloy Gonzalo, la Plaza Mayor y el largo etcétera-, para mí los perritos calientes fueron algo así como los abanderados de la modernidad de la comida rápida, que siempre he preferido a la casera. Las primeras máquinas que los preparaban, aquellos carros equipados con pinchos para los panecillos y el recipiente donde las salchichas se calentaban al vapor, se me antojaban prodigios de una película de ciencia ficción. Y si estas cintas fueron una de las maravillas de la tarde de los sábados, los perritos calientes de Los Guerrilleros lo fueron de las mañanas de aquellos días felices.
Mi madre me llevaba con ella a "hacer gestiones", que las llamaba. Dichas gestiones siempre incluían una visita a al Banco Hispanoamericano de la plaza de Canalejas. Nuestro camino allí pasaba por aquel tenderete de la entrada a Los Guerrilleros y un perrito mixto era mi desayuno. Si estábamos en invierno, la bebida era una Coca Cola de máquina; si verano, una sabrosa horchata. Una bolsa de palomitas gigante era el colofón a tanto placer. No en vano, las máquinas de pop corn, que se anunciaban en los cristales de sus vitrinas, también empezaron a verse en aquellos años. No faltaba una de ellas en aquel puesto mágico.
Las hamburgueserías aún estaban por llegar. Pero no habría de pasar mucho tiempo antes de que Bravo's, la expendedora madrileña de perritos calientes por antonomasia, inaugurase sus dos casas de la Gran Vía y esa de Preciados que aún sigue abierta.
Aunque los Bravo's siempre fueron más modernos -llegaron a tener hilo musical y carteles que mostraban planos de Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) en sus paredes-, yo siempre preferí aquel puesto de Los Guerrilleros.
No sabría decir cuándo fue desmantelado. La zapatería lo ha sido recientemente. Un letrero anuncia que el cierre es temporal. Ojalá sea cierto.
En cualquier caso, Los Guerrilleros que vuelvan no serán los de mi recuerdo. Esos, con su queridísimo puesto de salchichas a la cabeza, ya forman parte del paraíso perdido de mis primeros días, único bálsamo y solaz ante nuestro nefasto tiempo.
Publicado el 16 de marzo de 2012 a las 23:15.